Islas en la Red

3.10.03


Poesía en el límite: volviendo a Gamoneda


Hace unos días colgué una nota sobre el último libro de Antonio Gamoneda "Arden las pérdidas", que se me quedó a medias. En ella venía a decir que Gamoneda es un poeta transparente apegado a la veracidad de la existencia, o, si se prefiere usar esa palabra tan mal vista, a la realidad. Y lo hace además adecuando el lenguaje poético a las experiencias a que se acerca, experiencias en el límite de lo expresable, y no estoy pensando aquí en el tópico de la "inefable" tan habitual en cualquier texto o reseña sobre una obra poética. Gamoneda nos acerca a momentos cuya dureza es muy, extremadamente difícil de expresar con rigor poético: la lenta disolución que supone la vejez, la muerte diaria que conlleva ir perdiendo las referencias vitales, el horror de las masacres que adornaron la historia española...

"Arden las pérdidas. Ya ardían

en la cabeza de mi madre. Antes

ardió la verdad y ardió

también mi pensamiento. Ahora

mi pasión es la indiferencia.

Escucho

en la madera dientes invisibles."


Se dice de Gamoneda que es un poeta integrable en la generación de los 50 si bien se aparta de los temas y tonos dominantes de ésta. A mí sin embargo, su actitud ante el poema me recuerda a la dos poetas canarios integrables por edad en esa misma generación, y, como no, desconocidos fuera de las islas: Arturo Maccanti y Manuel Padorno. Son poetas radicalmente distintos en sus temas y en los colores que emplean, desde la proclamación solar de la existencia de Padorno a la mimetización con la lluvia y la niebla de Maccanti, o el sabor a tierra perdida para la labranza de Gamoneda. Me refiero a la actitud: buscando los límites de la experiencia desde la poesía, con un radical compromiso con el mundo expresivo que cada uno asume, llevándolo hasta su límite "hacia otra realidad" citando a Padorno. Exigencia creativa, sin hacer trampas. Esta actitud suele expresarse en poemas breves, pero tensos como una correa, duros como pedernal... nada que ver con minimalismos o silencios que sólo expresan la incapacidad del poeta o su gandulería. En los poemas de estos autores no sobra , y tampoco falta, nada. Y tocan la raíz de las personas, las palabras personales de cada cual, recogiendo la imagen de mi amigo Ernesto Suárez; no son ejercicios de estilo. Este compromiso con la palabra poética a la vez de con la centralidad de la vida humana es una señal de tráfico a tener en consideración por parte de los poetas "jóvenes" (seamos buena gente e incluyamos aquí hasta los que ya han cumplido 40 , más que nada por la cuenta que me trae), más dados a trabajar sobre recetas (coloquialismo/experiencialismo/poética del silencio, qué se yo...) que a trabajar sobre sí mismos y su propio lenguaje personal, el que hace falta para que a uno lo entienda cualquiera. Como a Gamoneda.