“Tapas” para pensar I
De un texto de Juan José Saer, en Babelia (“El País”), de 19-7-03: “La iglesia y la estación”:
“Hoy todo el mundo se declara formalista y proclama la autonomía del artista y del arte. Es la ideología oficial del mercado artístico en la sociedad actual. Sin embargo, a pesar de esas insistentes declaraciones de independencia, no es difícil observar las muchas servidumbres que pesan sobre la literatura, no únicamente la sumisión del escritor a las exigencias del mercado, cuyas leyes trabajan contra toda tentativa de innovación, sino también la falsa libertad temática que, banalizando pretendidas transgresiones, se contorsiona en los límites estrechos que fijan nuevos tabúes juiciosamente respetados: el sexo, por ejemplo, presentado como una especie de deporte mundano, desinfectado de sus imposibilidades y de sus dolores. Los que con más fanatismo proclaman la libertad del escritor y la preeminencia de la forma, son justamente aquellos que, con fines comerciales, transigen con las más exorbitantes exigencias del mercado. (...) Adoptar, por conveniencia o estupidez, una ideología de compromiso, por evidente y rentable que parezca, no alcanzará para ocultar un hecho capital: para cada nueva generación la pregunta acerca de la razón de ser y de la manera en que se forja una literatura, semejante a una llaga, seguirá abierta.”
De un texto de Juan José Saer, en Babelia (“El País”), de 19-7-03: “La iglesia y la estación”:
“Hoy todo el mundo se declara formalista y proclama la autonomía del artista y del arte. Es la ideología oficial del mercado artístico en la sociedad actual. Sin embargo, a pesar de esas insistentes declaraciones de independencia, no es difícil observar las muchas servidumbres que pesan sobre la literatura, no únicamente la sumisión del escritor a las exigencias del mercado, cuyas leyes trabajan contra toda tentativa de innovación, sino también la falsa libertad temática que, banalizando pretendidas transgresiones, se contorsiona en los límites estrechos que fijan nuevos tabúes juiciosamente respetados: el sexo, por ejemplo, presentado como una especie de deporte mundano, desinfectado de sus imposibilidades y de sus dolores. Los que con más fanatismo proclaman la libertad del escritor y la preeminencia de la forma, son justamente aquellos que, con fines comerciales, transigen con las más exorbitantes exigencias del mercado. (...) Adoptar, por conveniencia o estupidez, una ideología de compromiso, por evidente y rentable que parezca, no alcanzará para ocultar un hecho capital: para cada nueva generación la pregunta acerca de la razón de ser y de la manera en que se forja una literatura, semejante a una llaga, seguirá abierta.”
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